viernes, 18 de enero de 2013

EL LLAMADOR DEL DRAGÓN (1ª PARTE)





Estaban haciendo el último ejercicio, cuando Lara se acordó que le tenía que decir algo a Luna.
Habían coincidido en el gimnasio. Al despedirse ya en la puerta, se acordó.
-Tengo algo que te puede interesar Luna.
-Tú dirás.
-Tengo unos amigos, un matrimonio, ella es oriental y el español, ya no viven aquí, pero montaron la casa hace unos años, ahora se van del país y quieren venderlo todo, pues no se lo pueden llevar.
-¿Y qué tiene de particular?, ¿por qué me cuentas todo eso?
-todos los objetos que hay en la casa son de origen chino.
Le había comentado lo de la casa, y Luna había quedado impresionada, pues todo lo que venía de China de un tiempo a esta parte le interesaba mucho. Le fascinaba. Se quedó pensativa, de pronto su imaginación voló muy lejos, y una enorme sonrisa inundó su cara.
-¿Me llevarás a verla?
-Esperaba oír esa pregunta –fue la respuesta de Lara.

Habían quedado delante de la casa, pero era una calle en la que todas las fachadas eran prácticamente iguales, y no se acordaba del número que le había dicho ¿veinte? ¿Veinticinco? Luna era una persona un poco indecisa, segura de sí misma, pero algo despistada, y en ese momento pensaba si no se habría equivocado de número, o tal vez de calle.
La calle estaba desierta, no había ni un alma, teniendo en cuenta que era verano y todavía hora de siesta no era raro.
Pero todas sus dudas se disiparon al ver bajar por la enorme cuesta un utilitario azul. Lara aparcó justo enfrente de la puerta. ¡No se había equivocado! Era el número veinte. Luna celebraba este pequeño triunfo porque era una forma de demostrar que no era tan despistada como parecía.
Se saludaron y bromearon con las dudas que había tenido sobre el sitio. Tras un clic metálico se abrió la puerta, entraron y la volvieron a cerrar, quedando el patio de la entrada tan vacio como hacía un rato y flotando en el aire un suave olor a frambuesas, colonia que habitualmente usaba Luna.
Sus pisadas resonaban en la estancia a pesar de estar abigarrada de objetos que parecían recobrar vida a su paso.

Lara, como la anfitriona de la casa iba delante, enseñando a Luna todas las habitaciones y contándole historias sobre los muebles y adornos que había en cada una. Fantaseando en qué lugares y cuantas manos habrían pasado por ellos.
Más que una casa, parecía una tienda de cambalaches. Muebles por aquí, adornos, libros, cuadros por allá, huecos también entre ellos que delataban que en algún momento estuvieron allí, pero que seguramente ahora lucían coquetos en otro lugar.
Cuando llegaron al salón, Luna quedó prendada de una mesa hexagonal labrada en madera de palo de rosa con motivos campestres. Pero con su escaso presupuesto, ni siquiera podía pensar en comprarla; por no hablar de unas cortinas de seda en un tono impreciso entre el beig y el blanco roto, la pena que no se vendían sueltas, iban en el lote de la mesa junto a unas sillas a juego, como si de una subasta se tratara.

Subían y bajaban, habían pasado ya más de dos veces por el mismo lugar. Lara con el fin de que no se le pasara ningún objeto; Luna con el de encontrar algo raro y exótico que a la vez se pudiera ajustar a su presupuesto.
Allí estaba, apenas visible, se dirigió hacia él sin escuchar ya otra cosa que no fuera su llamada. La voz de Lara resonaba cada vez más lejana, más extraña, como ecos que se perdían en el espacio articulando palabras imposibles. 
El tramo de pasillo que los separaba se le hizo interminable, como si cada paso que diera se prolongara como una línea hacia el infinito.
Tampoco fue consciente del tiempo que tardó en llegar hasta él. Allí estaba delante de él o de lo que se veía, un trozo de latón verduzco. Estaba en lo alto de un armario, apenas lo alcanzaba. Se subió a un banquito que parecía colocado allí para ese propósito.
Momentos antes de tocarlo le inundó una extraña sensación, estaba un poco desconcertada al experimentar ese miedo irracional a lo desconocido; aunque no sabía por qué razón no le resultaba ajeno.
Dudó si tocarlo o no, como si presintiera que algo iba a pasar, y por cómo se le había acelerado el pulso nada bueno.
Parecía un llamador, de esos que se ponen en la puerta de la entrada de las casas. Tenía la forma de la cara de un dragón, con ojos de conejo, hocico de cerdo, orejas de toro que era como representaban los chinos al dragón.
En cierta forma se relajó, pues sabía que el dragón chino era símbolo de buena suerte y prosperidad.
Con la respiración ya más tranquila, alzó sus manos para cogerlo, pero de nuevo un estremecimiento inundó todo su ser.
Notó un cambio en la percepción de las cosas, sus sentidos traspasaban la dimensión conocida, sus manos temblaban pero no las separó del llamador, se había trasladado a otro lugar. De fondo sonaba música oriental, en principio casi inaudible hasta que fue captando toda la gama de notas y acordes que le resultaban tan familiares. Y hubiera pensado que su imaginación había viajado muy lejos, si no fuera por ese olor tan fuerte que solo había reconocido en un lugar del mundo…China…sí ese olor tan característico; esa mezcla de sabores agridulces.
Soltó el llamador de golpe, ya no sonaba la música y el olor había desaparecido, tan solo quedaba cierto tufillo a cerrado.
Lara se acercaba ajena a toda la escena.
De nuevo sintió la necesidad de tocarlo. Levantó la arandela que hacía las veces de llamador, casi se cayó del banco. Apareció en la mitad de la noche con una luna plena en el silencio más absoluto que pudiera escuchar en su vida, asistiendo como espectadora y participante a la vez de un curioso prodigio.
Había un río, un río muy oscuro con una estela de plata, y lo que era más asombroso, un dragón con aspecto muy triste y también muy solo. Estaba al borde del río, acariciando lo que parecía el reflejo de la luna en el agua. La miró cómplice y empujó esa luna llena hacia ella que, por el discurrir del agua, se tornaba más pequeña, como si estuviera cambiando a cuarto menguante. Y así llegó a sus manos…Luna no daba crédito a lo que le estaba sucediendo, aunque no estaba nerviosa, es más, se diría que estaba muy tranquila. Le parecía todo tan real…no solo un reflejo, ni tan siquiera un sueño. Y siguiendo su juego se la devolvió viéndola desaparecer en el camino. Cuando llegó de nuevo al dragón era totalmente invisible, aunque él la acariciaba como si la estuviera viendo. De nuevo jugueteó con ella y se la volvió a lanzar. Luna veía como iba creciendo por el camino cambiando a cuarto creciente, la retuvo un segundo entre sus manos, y se la lanzó de nuevo…viendo como seguía creciendo por el camino de manera que cuando llegó estaba totalmente llena.


No sabría decir cuántas veces se repitió la escena. Sintió la mano de Lara, devolviéndola de nuevo a la realidad. Se les había hecho muy tarde, apenas había ya luz natural.


Quedaron en volver otro día, pues no quería perder la ocasión de comprar algo......


CONTINUARA...

Texto y foto: Pepa Cid

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