jueves, 8 de noviembre de 2012

POSTALES DE OTRA ÉPOCA





POSTALES DE OTRA ÉPOCA

Los días de mi niñez, que lejanos van quedando. Pequeños retazos de vida que marcan los recuerdos; tan grabados en la retina de la memoria que parece que fue ayer. En esa Puerta de la Villa, que en aquel entonces me parecía inmensa, cómplice de mis idas y venidas cuando en casa me mandaban a los recados.
A las “Martínez” a comprar colonia a granel o a revelar fotos.
A “Casa Peña” a por unos pasteles, que a veces llegaban menguados a casa.
O a “Fabián Quesada” el ultramarino del barrio en el que no comprabas nada precocinado.
También en la Puerta de la Villa recuerdo a aquel hombre de ojos un poco saltones,  voz con cadencia tranquila, calmada. “El cangrejero” le llamábamos  porque, entre otras, cosas vendía cangrejos. Perenne durante todo el año hiciese frio o calor, lloviese o no, allí estaba sin faltar nunca a su cita.
Otro de los recuerdos que se me arremolinan…son las tardes de cine. En lo que hoy es un edificio fantasma venido a menos, que conoció épocas mejores de matinée y fiestas, el cine Liceo. ¡Qué tardes de romanos, de vaqueros, de risas, de lágrimas! Con aquella taquillera que parecía que había estado toda su vida allí metida.
Eso sí, antes, habíamos pasado por el puesto de chuches del inolvidable Pepín. Esos chicles bazoka que cuando hacías un globo se te explotaba cubriéndote toda la cara, esas pipas…en el que, junto con la entrada al cine, te gastabas toda la paga del domingo. En mi caso, siete pesetas nuevas que mi padre me daba y que yo, ignorante, creía que las hacía la noche anterior en una máquina misteriosa que guardaba en “el cuarto chico”.
También recuerdo aquel enorme cine…Mª Luisa, muy destartalado. Le lavaron la cara, Navia lo llamaron y ahora con el paso de los años…no deja de ser una sombra gigante, igual de destartalado que antaño, en pleno centro de la ciudad…esperando que se fijen en él, ,soñando lucir como antes.
Otro recuerdo que se me viene a la memoria es la plaza de Santa Catalina, hoy Templo de Diana. Aquella fuente verde de hierro en la bebíamos, y tarreteábamos con el agua. Esa plaza llena de coches que no nos molestaban, sino que nos servían para escondernos cuando jugábamos. Hoy con una fisonomía totalmente cambiada, anclada en las ruinas romanas pero elevándose en la modernidad del blanco hormigón.
No puedo olvidar el “parque infantil”, no se la de horas que pasé en él. Con esa pista de cemento…la de veces que habré patinado en ella, con esas ruedas metálicas haciendo un ruido atronador, tardes enteras de sábados.
Y en el mismo parque, aquellas piscinas con la foca en el centro manteniendo en equilibrio un dado que giraba incansable mientras hubiera un niño o una niña que lograra empujarlo. Una de color rosa y otra amarilla, pasábamos los cálidos veranos. Solo nos salíamos para comer con los dedos morados.
En el parque del turismo, plaza de la Constitución se llama, ya asomándonos a la adolescencia pasábamos las horas sentados en esas escaleras, arreglando el mundo con aires de inocencia, tocando la guitarra, cantando, ruborizándonos con ese primer beso.
Y nos hicimos adultos, atrás quedaron esos recuerdos, memoria conjunta de generaciones que hoy revivo en este texto.

Texto:Pepa Cid

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